Bancos de semillas

Bancos de semillas, custodios del patrimonio agrícola

24.11.2023
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Artículo escrito por la periodista agroalimentaria Irene Quintela

  • Los bancos de semillas se postulan como un seguro de vida para la diversidad genética.
  • Conservar semillas implica contar con instalaciones adecuadas de conservación, laboratorios, cámaras de conservación y desecación, así como realizar trabajo de campo para el que habrá que disponer de instalaciones y personal que las maneje.

La apertura, hace tres años, de un centro de investigación polivalente para cultivos múltiples, en Szeged (Hungría), por parte de Corteva Agriscience ha supuesto la colaboración de los equipos de I+D en el desarrollo de soluciones agrícolas sostenibles para agricultores de toda Europa y del resto del mundo. Dentro del departamento de investigación el equipo de mejora desarrolla híbridos de cualidades agronómicas y un potencial de rendimiento avanzados, mientras que el equipo de protección de cultivos se centra en el desarrollo de nuevas soluciones de gestión de las malas hierbas, los insectos y las enfermedades, así como tecnologías aplicadas de semillas y productos biológicos.

Por lo tanto, ¿qué papel juegan hoy en día los bancos de semillas en el futuro de la agricultura?

“Los bancos de semillas, o bancos de germoplasma, cumplen dos funciones principales. La primera “la función de archivo”, que nos permite disponer de semillas viables de una representación muy importante de los cultivos que existen en el mundo en caso de eventuales acontecimientos catastróficos”, nos explica Pedro Peón, responsable de la Unidad de Proyectos de I+D+I y vicedirector técnico de Internacionalización, Transferencia y Difusión de la Misión Biológica de Galicia-CSIC. Esta es la finalidad del Banco Mundial de Semillas, donde se encuentran más de 1,2 millones de muestras de semillas que corresponden a más de 5000 especies de cultivos diferentes. “La segunda función es la de biblioteca. En este caso, los bancos de semillas son lugares a los que productores y agricultores pueden acceder para obtener semillas para cultivar en sus campos y huertas”.

En España, el primer banco de germoplasma se creó en 1966. Actualmente existen 35 instituciones dependientes de diferentes organismos de investigación, según datos de la Red Nacional de Bancos de Germoplasma del Programa Nacional de Conservación y Utilización Sostenible de los Recursos Fitogenéticos para la Agricultura y la Alimentación de España. En esta red de bancos están disponibles unas 80.000 muestras, de las que, aproximadamente, el 75% son muestras que se conservan por semillas y el 25% restante son especies que se conservan en bancos de germoplasma en el campo.

“Los bancos de semillas son la reserva de la diversidad de cultivos en los que se ha basado la agricultura tradicional hasta el momento en que las variedades locales se empezaron a sustituir por variedades comerciales procedentes de programas científicos”, explica Lucía de la Rosa Fernández, Investigadora del Centro de Recursos Fitogenéticos (CRF) del INIA-CSIC. En España, las colecciones de los bancos conservan un número muy elevado de muestras de cereales de invierno y de primavera (trigo, cebada, avena, centro, maíz, sorgo…), leguminosas grano (judías, habas, vezas, garbanzos, guisantes, lentejas, altramuces, algarrobas, almortas…) y cultivos de uso hortícola (tomates, pimientos, cebollas, ajos, puerros, melones, sandías…). “Estas especies son las que más han sembrado los agricultores a lo largo del tiempo y, por lo tanto, son los materiales que han donado a los bancos cuando hemos ido a recolectar a los distintos lugares del país”, dice de la Rosa.

Bancos de semillas para contrarrestar la pérdida de variabilidad

“La pérdida de variabilidad intraespecífica, que se inició hace 200 años como consecuencia del desarrollo agrícola e industrial, se acentuó especialmente entre 1940-1950, cuando el desarrollo de la mejora genética vegetal dio lugar a la introducción de variedades comerciales, uniformes y mucho más adaptadas a las técnicas modernas de cultivo y a los nuevos sistemas de comercialización. Estas variedades permitieron alimentar a una población mundial en aquellos momentos creciente y subalimentada”, nos cuenta Cristina Mallor, responsable del Banco de Germoplasma Hortícola del CITA de Aragón, pero, como contrapartida, “estas variedades han ido desplazando a innumerables variedades tradicionales, heterogéneas y menos productivas, pero altamente adaptadas a su ambiente local y poseedoras de una gran diversidad genética”.

Costes y demanda

La inversión en la conservación de semillas asciende a varias decenas de miles de euros anuales, aunque no hay un importe exacto calculado. Conservar semillas implica contar con instalaciones adecuadas de conservación, laboratorios, cámaras y desecación, así como realizar trabajo de campo para el que habrá que disponer de instalaciones y personal que las maneje.

En cuanto a su uso, “todo el material se conserva como material de conservación de recursos fitogenéticos y es susceptible de ser enviado a otras instituciones o particulares”, explica Pedro Peón. “Algunas variedades están caracterizadas en bases de datos, lo que permite buscar un carácter específico, como resistencia a plagas o adaptación a ciertos ambientes, y se usan habitualmente en programas de mejora. Otras veces hay que probar las variedades para buscar o descubrir nuevos caracteres”.

Lucía de la Rosa afirma que “en 2022, el CRF recibió 107 solicitudes de material de sus colecciones de cereales de invierno, leguminosas grano y cultivos industriales, lo que supuso un envío de 3.657 muestras. De cada muestra se envían pequeñas cantidades, entre 50 y 100 semillas”.

Un papel crucial ante los desastres naturales

La variedad genética de los bancos de semillas también juega un rol importante a la hora de hacer frente a las catástrofes ambientales. Tal y como explica Cristina Mallor, “la pérdida de biodiversidad se traduce en una inestabilidad de los sistemas agrícolas, aumentando el riesgo de sufrir desastres naturales, como la aparición de nuevas plagas y enfermedades o las consecuencias del cambio climático, que pueden poner en riesgo la seguridad alimentaria y la nutrición de las generaciones futuras”. Así pues, la biodiversidad de las variedades tradicionales y especies relacionadas, “se consideran, paradójicamente, la base de la innovación de la agricultura moderna, puesto que constituyen la materia prima para el desarrollo de nuevas variedades a través de la mejora genética y son esenciales para garantizar la sostenibilidad y la resiliencia de los sistemas productivos”.

Colaboración con otros centros y países

El uso de los recursos fitogenéticos implica la colaboración entre entidades del mismo país y también a nivel internacional. Así, en España existe la Red del Programa Nacional de Recursos Fitogenéticos, y los distintos bancos mantienen una estrecha colaboración con el CRF del INIA-CSIC, que es el centro nacional de referencia.

La colaboración con otros bancos europeos se basa en actividades conjuntas realizadas dentro del Programa Cooperativo Europeo de Recursos Fitogenéticos. Según explica Lucía de la Rosa, el CRF trabaja con todos los bancos “en temas de gestión de la información, en redes de evaluación de germoplasma de trigo, hortícolas, ajos y leguminosas, en aspectos relacionados con la conservación in vitro y otros asuntos”. También colaboran con otros bancos “por la participación conjunta en proyectos de investigación, como son los proyectos AGENT, financiados dentro del programa H2020 de la Unión Europea en los que se están evaluando grandes colecciones conservadas en bancos europeos y de fuera de Europa”.

Centro Corteva Hungría
Centro Corteva Hungría

La Firma Invitada

Irene QuintelaIrene Quintela

Periodista Agroalimentaria

CortevaTalks

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